sábado, febrero 21, 2015

Epilogo de la podredumbre guayabesca

Casi diez años después, llegó la hora de decir adiós, de no simplemente dejar en el abandono a la guayaba para que se termine de podrir ante el total desinterés, creo firmemente en el derecho a una muerte digna y aunque en este momento esté solo, que mejor manera de hacerlo que con palabras como las que hace unos años marcaron una época de mi vida.


Confieso que hay momentos en que siento pena al releer cosas que escribí hace tanto tiempo, desde el dolor de ojos por el desprecio a las tildes en los primeros años, pasando por los hijueputazos constantes y llegando hasta algunos intentos de chiste que ya se pasan de imbecilidad sin gracia alguna, pero me llena un sentimiento de nostalgia con otras cosas como sentir el apoyo de muchas personas cuando se notaba tristeza o rabia en lo que escribía, también el debate con ideas que se encontraban, pero sobre todo, porque cada vez que vuelvo a leer algo retrocedo en el tiempo, podrá sonar un poco marica, pero aunque no era la idea, la guayaba terminó haciendo las veces de diario.

Los bloggers tuvimos una época que ya terminó hace rato, muchos de aquellos tiempos fueron a twitter para seguir expresándose, pero yo no fui capaz, soy un fracaso de la evolución al no saber adaptarme a las frases cortas y sueltas que se leen en dos segundos, yo no quiero dedicarme a decir algo cada dos minutos, veinte horas al día para ser un twittstar y si quisiera, mi ingenio no daría para mas de uno al mes.

En los nueve años de la guayaba hubo momentos en que me sentí importante, me mencionaban en el periódico, me buscaron de la W para hablar en un programa de la emisora junto a Rafael Novoa sobre el arte del levante (pffff irresponsables), plagiaban lo que escribía en México y Chile, hasta me mandaban fotos coquetonas al correo y cuando uno es pelaito se le sube el ego y se cree el putas.

Sin duda lo mejor de los nueves años fue todo lo que sobrepasó lo virtual, personas que llegaban a mi diciendo que les gustaba el estilo con que escribía, casi todas mujeres que eran las que se identificaban y terminaron convirtiéndose en personas muy importantes, algunas quienes después de cinco o siete años siguen ahí, habiendo vivido mil cosas.

A la guayaba tengo un millón de cosas que agradecerle y para retribuirle por tanto, en un acto de compasión, le cierro los ojos y le digo adiós, que la luz guíe su camino a una mejor vida allá donde los blogs se vuelven inmortales, en los recuerdos de las personas que sintieron empatia algún momento por una idea compartida.